martes, 15 de enero de 2013

(1)


Caen las hojas de los árboles con cierta reticencia a abandonar las lustrosas ramas que pueblan; de la misma manera se desprenden las palabras de tu boca ante mis ojos. Observas con impotencia cómo se alejan de ti y van cayendo lenta y pausadamente hasta que, finalmente, tocan fondo. Tu inseguridad es visible y hay un brillo de preocupación en esas pupilas. Sé perfectamente qué es lo que te atormenta en estos momentos. Tienes miedo de que las palabras que acabas de liberar mueran olvidadas en un rincón de mi mente para no volver jamás. Que de todo lo que has dicho solo se pueda ver el humo de las palabras como si de una vela recién apagada se tratase. Dudas si quiera de que haya prestado atención a los vocablos que has intentado articular aparentando toda la tranquilidad del mundo. Estás asustado de la reacción que puedan causar en mi tales noticias; de que me ponga a gritar en cualquier momento como si fuera una demente. No te lo reprocho.

Lo que no sabes realmente es que cada una de las palabras que has dicho, por mínimas o insignificantes que hayan podido parecer, están guardadas como un preciado tesoro en cada recoveco de mi desordenada mente. Y ahí quedarán para siempre, pese a todos tus temores, seguramente inducidos por mi actitud. A pesar de todo lo que piensas en estos momentos, de que tus palabras, nunca mejor dicho, se han desvanecido en el viento y que no he prestado atención a nada de lo que has dicho, cada una de esas sílabas está tan ancladas en mi, que ni el más terrible de los huracanes es capaz de llevárselas.

Ante mi prolongado silencio, me suplicas que diga algo, que al menos te mire a los ojos. Pero mi boca parece haberse sumido en un voluntario pacto de silencio. Pasaron los minutos y nada. A pesar de ni si quiera alzar la mirada podía sentir que tu inquietud iba en aumento y tu angustia de la mano de ésta.

Llega hasta mis oídos un débil 'por favor' y sé que no podré aguantarlo mucho más. Te miro por un segundo a los ojos y no sé si eres capaz de captar el continuo pestañeo al que está sometido en estos momentos mis ojos. Me levanto de la silla no sin tambalearme y algo mareada y me dirijo directa a la puerta. Antes de llegar a mi objetivo noto que me agarras del brazo; no esperaba si quiera que fueras a seguirme. Eso ya empezaba a complicar mi impecable actuación y no podía dejar que las lágrimas me delatasen en el último momento.

-Suéltame. Es lo único que se me ocurre decir antes salir por la puerta y cerrarla a mi paso.

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